PARTE 1
LA APERTURA
Por Víctor Carvajal
Son las 5:42 P.M., el sol se está ocultando más rápido que nunca en Bajos del Toro (o eso nos parece), el término “relativo” nunca había tenido más sentido.
Scott y yo apresuramos la instalación del anclaje. ¡Necesitamos descender antes de que la noche se nos venga encima! Estamos en lo alto de una catarata que parece ser de unos 60m de altura y no tenemos el equipo adecuado para continuar la exploración de noche. Solo tenemos 2 luces para 4 personas. No tenemos comida, ni agua, ni ropa seca, ni equipo de camping para pasar una noche en esta montaña.
El frío se me metió hace horas hasta el hueso. Estoy temblando mientras saco del bulto los parabolts que vamos a instalar en la roca. Me comienzan a doler cada vez más las palabras que dije en la mañana: “Muchachos, no voy a llevar el traje grande, es mucho peso, de fijo salimos a almorzar. Voy a llevar el [traje] de 3mm”.
Scott saca el martillo, la llave y el taladro del bulto. Después de colgar todos los equipos en el arnés me pide los parabolts. Se los entrego y acto seguido sigo soplando aire caliente entre mis dedos.
Ya casi no queda luz. Yo soy uno de los que no lleva foco de cabeza y ahora también me arrepiento por querer ahorrarme esos 100 gramos de peso extra.
Scott acaba de darse cuenta que no le colocamos la broca al taladro. Me indica dónde buscarla pero no la encuentro. Sigo buscando sin suerte. No es momento de perder la broca ¡Nuestra vida depende de este anclaje!
¡No podemos pasar las noche en esta montaña y menos en la piedra donde estamos!
¡Apenas entran dos personas sin mojarse!
Scott decide buscar la broca él mismo. Yo busco en mi mochila también, aunque ya sé que no está ahí. ¡Solo un milagro divino la haría aparecer en mi bulto! Empiezo a temer lo peor. Comienzo a ver que opciones tenemos mientras Scott sigue revisando hasta el último zipper de la mochila.
¡Mae no está, NO TENEMOS LA BROCA! Y aquellas palabras se sintieron más frías que el agua de cualquier río en el que hubiera estado antes.
¡Era una sentencia!, un trago demasiado amargo para poderlo procesar. ¡La moral se nos vino abajo!
Scott comenzó a buscar una salida como lo haría una rata en el fondo de un balde. Alguna saliente de piedra donde montar un anclaje de fortuna, alguna rama… algún milagro. Mientras tanto yo gritaba con todo lo que me quedaba de voz ¡ALLAN NO BAJE! ¡MAE NO BAJE! ¡PERDIMOS LA BROCA!
El plan acordado con Allan, que se encontraba 20 metros más arriba y desde donde nosotros descendimos al sitio de nuestro actual sufrimiento, era que él bajaría de último cuando le diéramos la señal. Al escuchar mis gritos, él entendió que tenía que bajar.
Si Allan bajaba todo estaría perdido. ¡Sería el corte de orejas!
Al menos en este punto, si la cuerda por la que bajamos seguía ahí, podríamos con lo último de nuestras fuerzas, remontarla y llegar donde se encontraba Allan. No era cosa fácil, ni el sitio de arriba era precisamente un camping, pero al menos ahí podríamos pasar la noche lejos del peligro del agua.
Nos costó muchos gritos y tiempo explicarle lo que pasaba. Le pedimos que por favor buscara la broca en su bulto. Pasaron 2 minutos eternos, mientras tanto nosotros 3 ahí abajo esperábamos la respuesta.
¡No está en mi bulto! ¡Yo no la tengo! … y el eco de esas palabras resonaron en la paredes del cañón como el mazo de un juez que ratificaba la sentencia.
¡Habíamos subestimado a Gorrión y ahora pagaríamos las consecuencias!